sábado, 9 de marzo de 2019

La salud del músico: A Don Zacarías le zumban los oídos

Yo tenía un profesor de trompeta al que admiraba muchísimo y al que siempre le gustaba escuchar música Don Zacarías llevaba siempre los auriculares puestos y caminaba de forma muy ritmada, si estaba quieto tamborileaba con los dedos siguiendo el ritmo de la pieza que estuviese escuchando en el móvil. 

En clase, no quería que parásemos de tocar, si lo hacíamos siempre decía:  en vez de tocarlo, ahora cántalo. 
A veces me encontraba al maestro paseando por la calle y canturreaba sin cesar melodías que resonaban en su cabeza, parecía muy feliz y contento. 
Un día, durante la clase, me dijo que quería contarme un secreto. A mi me pareció muy extraño que no me pidiese que sacase rápido el instrumento para comenzar la clase. Muy atento escuché su historia. 


En un pequeño pueblo de Valencia, provincia donde todos sus habitantes son muy musicales, había tres bandas, no de pandilleros, sino de músicos. Estas bandas hacían concursos para tocar en las fiestas del pueblo, para salir en los días de procesión, para ser los protagonistas de las celebraciones patronales y de las verbenas… y, por deporte, porque llegaban a competir incluso para ver quien tocaba más fuerte. 

Los niños de su agrupación soplaban a pleno pulmón y eran capaces de hacer temblar los cristales del almacén donde ensayaban. Terminaban los ensayos muy contentos, aunque cansados, con los labios inflamados y con un pitido un poco desagradable en los oídos. Pero al día siguiente, todo se había olvidado y podían volver a insuflar tanto aire como pudiesen a sus instrumentos para hacerlos vibrar. Mi profesor me contó que tras unos años, comenzó a sentir un molesto zumbido en los oídos que no desaparecía fácilmente, sobre todo después de haber terminado sus ensayos con la banda profesional donde trabajaba. 
Ese ronroneo se había instalado en su cabeza y no le dejaba tranquilo ni un momento, se hacía insoportable durante los momentos de reposo y de paz. Me contó que ese era el motivo por el que trataba de engañar al ruido que habitaba en su interior con cualquier sonido. El silencio no existía en el mundo que habitaba mi profesor. 

Al terminar la clase, me di cuenta de que la lección del día había sido muy importante. El sentido más valioso del músico es el oído y debemos cuidarlo y protegerlo siempre si no queremos terminar como don Zacarías. 

Charo Mayoral