sábado, 9 de marzo de 2019

La salud del músico: la importancia de sentarse recto


El día comenzó como otro cualquiera. Era invierno, hacía frío y la helada cubría los coches que estaban aparcados en la calle. Sin embargo, Ernesto iba al instituto, como siempre, en camiseta, él nunca tenía frío. El niño tenía 12 años y ya estaba un poco cansado de escuchar todos los días la misma cantinela: ¡Ernesto coge el abrigo! ¡Ernesto vacía de la mochila todo lo que no sea necesario, no debes cargar con tanto peso! ¡Ernesto, siéntate derecho! Sus padres se pasaban el día dando órdenes. 

La semana estaba cargada de actividades. Por las mañanas Ernesto iba al instituto y la mayoría de las tardes las pasaba en el conservatorio estudiando piano. El miércoles llegó a casa muy cansado y decidió tumbarse un momento a descansar mientras veía lo que habían subido los youtubers a los que seguía. Sin darse cuenta, se quedó profundamente dormido. De pronto se encontró en un lugar dénsamente poblado, había: humanos, robots que circulaban por todos lados y unos seres cubiertos de pelo morado, ojos saltones y con extremidades muy largas. 

En aquel sector, todo el mundo tenía mucha prisa y demasiadas cosas que hacer. En unas pantallas gigantes situadas a ambos lados de la calle apareció una imagen que le recordaba a Satsuki, uno de los personajes de su animé favorito, y comenzó llamar al niño por su nombre: 

¡Aprendiz Ernesto, diríjase a la Oficina de Prácticas! 

¿Cómo podía aquella imagen conocer su nombre? ¿Dónde estaba la oficina de prácticas? 

Cientos de mensajes personalizados tridimensionales se hacían presentes en las pantallas luminosas. Ernesto pudo observar como aparecían carteles luminosos que apuntaban a distintos lugares: Empaquetado, Retornos, Chequeos, Pedidos en cola, Oficina de Prácticas,...¡ese era el lugar! Siguió varias indicaciones y al final terminó en un edificio enorme. Para entrar debía cruzar a través de un escáner que hizo sonar una señal de alarma a su paso. 

El acceso no le estaba permitido. Un operario se acercó a él y un robot indicó que no se aceptaban aprendices defectuosos. Ernesto, muy enojado, no entendía que quería decir aquello. Además no fue él quien quiso ir hasta allí. 

Por lo visto el escáner reflejaba una desviación excesiva en su columna vertebral y no le estaba permitido formar parte del cuerpo de aprendices. La imagen del animé volvía otra vez a llamar a Ernesto y en esta ocasión le pedían que se desplazase a Chequeos. Siguiendo los carteles pudo encontrar la dirección de la nueva oficina. Mientras permanecía allí, tuvo oportunidad de aburrirse y adoptar la postura que siempre sostenía cuando el tiempo se le hacía eterno. Recordó entonces a su profesora de piano que le había dicho muchas veces que debía mantener una buena colocación al sentarse para tocar el piano, bajar los hombros y prestar atención a su posición. Pensando en sus consejos, casi instintivamente, se irguió y poco a poco la sala de espera en la que aguardaba fue difuminándose y, aún adormecido, comenzó a escuchar a su madre que desde el piso bajo le llamaba para cenar. 

Aquella noche no hizo falta recordarle ninguna vez a Ernesto que se sentase recto. 

Chari Mayoral